Autora: Isabel Vaccari

Una tarde regresaba a casa con mi hijo mayor, quien en ese momento tenía 6 años, y un hombre me gritó un “piropo”. Normalmente respondo a ese tipo de agresiones con alguna frase cortante, pero esta vez me planté y con mucha rabia le dije de todo. Continué caminando con mi hijo y tuvimos nuestra primera conversación sobre el acoso. Quise explicarle por qué me había molestado tanto y contarle que vivimos en una sociedad machista, que menosprecia y violenta a diario a la mujer por ser mujer.

Desde ese día, el tema es recurrente. Hablamos sobre el respeto que se merecen sus hermanas, sus compañeras y sobre que nadie, mucho menos él, tiene derecho de decidir sobre ellas ni a tratarlas como objetos.

Conversamos también con mi hija, ahora de 8, para que se empodere y aprenda a decir “no”, “no quiero” o “no me gusta” cuando así lo sienta y para que sepa que puede (y debe) contarnos si alguien le hace daño.

Una de las tareas más difíciles que tenemos como padres es criar a buenas personas. Personas que logren cambiar lo que a nosotras nos toca vivir y que no normalicen la violencia. Hemos ido con mis hijos a las marchas de Ni Una Menos y nos han escuchado siempre hablar sobre estos temas. Y si bien es verdad que hay que tener criterio para brindar ciertos contenidos a nuestros niños, hay que encontrar las maneras de no evadir conversaciones difíciles, porque no basta que vivan en un hogar en el que no se hagan diferencias por género.

Como padres debemos hacer explícito el problema para poder equiparlos de esos “lentes” que les permitan notar y rechazar las inequidades y la violencia, vengan de donde vengan.